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Sabrina Landoni: “La violencia erosiona nuestra autonomía y potencialidades”

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A241¿Por qué decidiste estudiar Ciencia Política?

Desde siempre sentí un gran malestar por los escenarios de escasez,  injusticia e inequidad imperantes en nuestras sociedades, que conviven con realidades de inexplicable abundancia, al menos en términos éticos. Como abogacía me aburría, elegí estudiar Ciencia Política para comprender los por qué y las alternativas de transformación.

 Hace ya una década que invierto mi energía más vital en procesos de desarrollo inclusivo orientados a darles voz y visibilidad a aquellos grupos de nuestra ciudadanía que -por acción u omisión- tienen sus derechos básicos vulnerados.

 Este desafiante y ecléctico camino es, mucho más allá de lo profesional, una elección de vida, una necesidad de superar la infertilidad de la queja y estar en paz con ese mandato interno que te insta a no permanecer indiferente.  

¿Cómo comenzaste a vincularte con las cuestiones  relativas al empoderamiento femenino?

Es curioso como la vida te va dando señales de hacia dónde enfocar los esfuerzos pues, la realidad es que empecé a involucrarme con programas de empoderamiento hacia las mujeres casi casualmente o, mejor dicho, sin reparar en forma deliberada en que las personas con las que trabajaba padecían, además del desamparo de la pobreza y la falta de oportunidades, otros flagelos inherentes a su condición de género, como el secuestro, el acoso y las violencias en todas sus manifestaciones. Y fue así como también “me cayó la ficha” de que en este compromiso que abrazo tan fuertemente, estoy tratando de reparar historias dolorosas muy cercanas a mis afectos y en este sentido, por qué no, mi propia historia.  

¿Cuáles son los pendientes más importantes en esta temática en Argentina? cens4

Argentina ha hecho grandes avances en este sentido, en gran medida gracias a la presión y la valiente lucha liderada por el movimiento de mujeres durante décadas, sobre todo en materia de reconocimiento de derechos y la puesta en agenda de los mismos a través de campañas de sensibilización y concientización orientadas en su mayoría a interpelar a las mujeres a hablar como primer paso para salir del círculo de la violencia.

No obstante, hay muchísimo por hacer aún para que podamos garantizarles un óptimo pasaje por la “Ruta Crítica”, término al que hace referencia la Organización Panamericana de la Salud para ilustrar el camino iniciado por las mujeres desde que rompen el silencio y logran efectivamente vivir en un entorno más pleno y saludable.    

Al respecto tengo una visión optimista y crítica a la vez. En este sentido, entiendo que los procesos sociales y culturales requieren tiempo para instalarse con legitimidad, que a su vez cristalice en el andamiaje organizacional que brinde los servicios y acompañamiento necesarios para que los derechos reconocidos superen su fase declarativa y pasen a ser efectivos. Así las cosas, celebro el activismo y reconozco que hace falta seguir instalando el tema donde se pueda y cómo se pueda, pero claramente hay un desequilibrio entre este tipo de acciones y las necesidades que plantea la problemática, fundamentalmente en términos de acceso a justicia, protección efectiva de su integridad más allá del momento de la emergencia, y alternativas de integración socio-laboral, dado que muchísimas de estas mujeres tienen que crearse un nuevo plan de vida. Este desfasaje vigente en la actualidad provoca la re victimización de miles de ellas, tiñendo nuestros esfuerzos de sinsabores que evocan el trabajo de Sísifo empujando su roca, que siempre vuelve a caer por la pendiente en el momento de alcanzar la cima, pues es imposible calzarla en un lugar estable. 

¿Cuáles son tus desafíos en torno a la problemática de la violencia contra la mujer?

 bocetoproducto (2)Mi desafío, entonces, está focalizado en tratar de hacer la diferencia en aquellos baches del circuito para hacerlo más virtuoso, tanto desde la perspectiva más estructural, como desde las microhistorias reales de mujeres y familias que ayudamos a transformar, escuchando, articulando recursos, poniendo el cuerpo. Para ello, el sector privado es un actor indispensable para sumar en términos de prevención, educación y oportunidades laborales, desde una perspectiva en la que ganamos todos.

Desde CORTALA, un programa que estamos implementando en el Laboratorio de Prácticas e Investigaciones Sociales (LAPIS), hemos dado algunos pasos auspiciosos en este sentido, a través de la articulación comprometida de los actores clave de la sociedad (sector público, empresas, ciudadanía y organizaciones con fines sociales) con una propuesta clara de trabajo en pos de un objetivo común: ampliar la capacidad de la comunidad para tender puentes y redes de apoyo a las mujeres que padecen relaciones de abuso, siendo protagonistas en este camino de visibilizar y atender las necesidades que plantea la problemática con decisión política y empatía social.

Por otro lado, al convocar a este nicho del sector privado (centros de belleza y estética) a sumarse al programa con un rol concreto (servir de nexo entre sus clientas y los recursos de apoyo existentes), estamos habilitando espacios de reflexión en personas no particularmente interesadas en formarse en esta temática, generando andamiajes de gran valor en la deconstrucción de preconceptos de género y machismo, muy arraigados aún en los ámbitos simbólicos y sociales.

En el mediano plazo, ya creados estos vínculos, queremos subir la apuesta liderando y guiando al sector privado en la incorporación de mayores niveles de equidad en sus negocios, en el marco de las políticas públicas y legislación vigente tanto en el ámbito nacional como internacional.

¿Cómo crees que puede contribuirse desde lo cotidiano a la equidad de género? 

El género es una categoría relacional que busca explicar una construcción de un tipo de diferencia entre los seres humanos. Esta construcción, de carácter histórico, social, cultural, hace referencia a un conjunto de prácticas, representaciones, normas y valores que cada sociedad construye para moldear la identidad de hombres y mujeres y el tipo de relación que existe entre ambos, la cual -en la mayoría de las sociedades- está caracterizada por la subordinación de la mujer al varón, por la supremacía de lo masculino sobre lo femenino. Así, cuando hablamos de inequidad, estamos poniendo el foco en la necesidad de superar esta cosmovisión, no a favor de las “mujeres” -como surge en muchas ocasiones en debates informales-, sino en pos del bienestar colectivo.     

El derecho a nuestra integridad (física y psicológica) es un derecho humano elemental. Sin embargo, la violencia contra las mujeres es una de las prácticas delictivas más extendidas e impunes, que afecta a 1 de cada 3 mujeres en todo el mundo, y se cobra la vida de al menos 1 mujer cada 30 horas en la Argentina; una muerte absolutamente evitable, consecuencia directa de las agresiones de un miembro varón de su entorno familiar, es decir, producto de la instancia más extrema de la violencia basada en la desigualdad de género, que es el femicidio.

La violencia, por otra parte, si no te mata físicamente, anula drásticamente tu capacidad de generar deseos, vínculos y amor hacia los demás y hacia una misma. El sin sentido y la subestimación acerca de las posibilidades de nuestras vidas que suelen generar las situaciones de opresión e inequidad, erosiona fuertemente nuestra autonomía y potencialidades como seres humanos, ciudadanas, trabajadoras, madres, hijas, amigas. En este sentido, la promoción de la equidad y el fin de las violencias, es una condición indispensable para el desarrollo pleno de nuestras sociedades. Quiero decir, no se trata sólo de hacer lo que corresponde, sino de tomar conciencia de que el problema existe y erradicarlo es lo mejor para todas y todos.

Desde lo personal, es una experiencia hermosa acompañar a una mujer a redescubrirse, a saber lo que puede dar, no desde el lugar de víctima, sino como protagonista de su propio desarrollo, aportando desde cada singularidad a un destino de mayor plenitud para toda la sociedad.